Monday, December 17, 2007

La Bruja de Oviedo

Un día Silvia se trajo una pequeña bruja de Oviedo.
Era una muñeca de trapos, muy guapa, con una nariz y una barbilla de enorme personalidad, y una sonrisa inquietante. Sus pequeños ojos brillaban en el salón oscuro, apenas iluminado con el fuego bailante del hogar. Silvia no sabia muy bien por que se la había comprado, pensó que podría ser un buen regalo para su sobrina, a quien le encantaban todo tipo de muñecos, pero terminó dejándola en el salón indefinidamente. Cada día la miraba y veía en ella un encanto especial. La verdad es que nunca le habían despertado mucho interés este tipo de muñecos… o las brujas. Pero al verla con su sonrisa tan simpática cada día, tendida en la pared, un sentimiento de curiosidad la llevó a jugar un poco con ella. Le movía un poco una mano… luego la otra… Las movía como si temblaran, por la edad. Luego decidió moverle los pies, despacito… La puso en el suelo, caminando por el aire… Por fin, la puso delante de un pequeño espejo y intentó por momentos olvidarse de que era ella quien la movía. Entonces se dio cuenta de lo increíblemente realistas que estos muñecos pueden llegar a ser. La brujita caminaba, bailaba y se movía por lo general como una persona de verdad. Un pequeño escalofrío subió por su espina al ver la muñeca ganar vida de una forma tan sorprendente. Y, por momentos, una fracción de segundo… la mirada de la bruja pareció fijarse en la suya, a través del espejo, lo suficientemente realista para que Silvia dejara de respirar por momentos y la muñeca cayera al suelo, rompiendo una mano. “Que tontería” – piensa, mirando la bruja en el suelo – “Asustarme con una muñeca inofensiva.”

Recobrándose del susto, se fue al cajón del armario a buscar pegamiento y se detuvo unos minutos arreglándole la mano. Mientras lo hacia, miraba a sus ojos, pensativa. Por fin terminó y dejó la muñeca, esta vez, sentada en el sofá.

(continua)

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